Casi todos ellos sabían la hora muy inextactamente guiándose por las comidas, que eran impuntual e irregulares: se entretenían con los juegos más pueril a los largo del día, y una vez oscurecido se quedaban dormidos por acuerdo tácito, sin esperar a una hora determinada de oscuridad, porque no tenían medios de saber la hora exacta; en realidad había tantas como prisioneros.