AQUELLA MAÑANA, Godofredo da Conceição Alves, sofocado, resoplando por haber venido desde el Terreiro do Paço casi a la carrera, abría la puerta de bayetón verde de su despacho, en la Rua dos Douradores, cuando el reloj de pared, encima del pupitre del contable, daba las dos, con aquel tono hueco al que los techos bajos conferían una sonoridad doliente y triste.